jueves, 9 de noviembre de 2023

Favoritas en Netflix: Un lugar en silencio

 


En Un lugar en silencio, John Krasinski, confirma que el buen cine (por sobre todas las cosas) amerita de renovación, de convertir lo conocido en algo fresco.

Casi nunca importa el cuento, la mayoría de las veces lo significativo es la forma de contarlo.

 Entender que en el cine siempre debe existir la necesidad de contar una historia bajo reglas propias es quizás el principal reto de cada realizador y al mismo tiempo la razón fundamental del éxito que pueda obtener.

 “No te cases con una sola forma de hacer cine, porque hay mil maneras de hacerse y mil maneras de verse” afirmó el director mexicano Guillermo del Toro en una entrevista publicada en el diario El país en 2018.

Krasinski al parecer entiende esa aseveración y en esta ocasión no siguió la fórmula convencional de hacer cintas de suspenso, pues relatando una historia que ya se ha contado un millón de veces, logra una película diferente al tomar un camino creativo y poco transitado por realizadores de cintas similares.

Un lugar en silencio es un experimento creativo que funciona principalmente porque se eleva por encima de su argumento gracias a su principal cualidad: la mesura.

La cinta no nos permite echar en falta ni diálogos grandilocuentes ni explicaciones extensas sobre los acontecimientos concretos que se nos presentan desde la primera escena, ya que la historia simplemente sucede ante nuestros ojos.

 La premisa es simple: para sobrevivir, los Abbott, Evelyn (Emily Blunt), Lee (John Krasinski) y sus hijos, necesitan permanecer callados. Por esta razón el largometraje transcurre casi en su totalidad sin diálogos ni sonidos estridentes.

 Una película sin palabras, sin voces que intervengan para ayudarnos a entender lo que pasa es un riesgo. Estamos tan acostumbrados a vivir en un mundo que habla las 24 horas al día, un universo que no deja jamás de proferir discursos insistentes, que permanecer mirando escenas silentes y descubriendo en sus detalles personajes y emociones no parecería una apuesta exitosa.

 Sobre todo si se trata de hacer una película para el gran público, que busca la mayoría de las veces entretenimiento, no experimentación, ni reflexión o innovación creativa.

Sin embargo, aquí queda claro que es precisamente el desarrollo de la creatividad lo que permite que una película enganche y genere adhesión.

Cuando ves Un lugar en silencio conectas con un género que ya parecía agotado. Conectas con una ficción que no te da mayores  explicaciones (como sucede usualmente en cintas de este género), pero te permite entender que quizás el buen cine es en el fondo algo simple: la posibilidad de estar dentro de una historia hasta perderte en ella.

@cluisaugueto

Publicada originalmente en Desde La Plaza

En Amazon Prime: El hilo rojo


En El hilo rojo el destino conspira para que los protagonistas puedan conocerse. También para que se separen. La película de Daniela Goggi, protagonizada por Eugenia Suárez, Benjamín Acuña, Hugo Silva, Inge Martín y Guillermina Valdés juega con la idea romántica de la predestinación de las almas.

Dice Javier Marías en su novela Los enamoramientos (Alfaguara, 2011) que escogemos pareja -más allá del gusto- tomando en cuenta a las personas disponibles de nuestro entorno. De acuerdo con esta idea que desarrolla el escritor español en su novela, no nos emparejamos llevados por un destino especial, lo hacemos por las circunstancias de disponibilidad de quienes nos rodean. Además, también por el azar que acaba arreglando todo a su antojo.


No hay motivos románticos. No hay destinos signados. El amor depende de nuestras  circunstancias y de las de aquellos con quienes coincidimos.  

En El hilo rojo se dice exactamente lo contrario: el alma gemela existe. No importa lo que hagas, no importa cuánto intentes evitarlo, si tu destino y el de alguien más están enlazados, no podrás huir de él.

Bajo esa premisa (un tanto cursi y demodé) surgen los acontecimientos agridulces de esta cinta romántica disponible en Amazon Prime.

La película, que es mucho más un drama que una comedia, nos permite asistir al encuentro de dos perfectos desconocidos y lo que ocurre con sus vidas al cabo de unos años en ese vaivén del destino por reunirlos y separarlos.

La cinta no plantea cuestionamientos profundos, simplemente se centra en mostrarnos las emociones de sus protagonistas. El deseo que los une, sus necesidades más básicas, la lucha por huir de ellas y el modo que tienen de manejarlas.


En el filme se habla de destino, pero más bien se expone el enamoramiento como capricho y afán misterioso. Como necesidad súbita del cuerpo y del alma de compartir el tiempo con una persona hasta el momento desconocida. En ese aspecto, la película gana, pues no pretende explicar (ni al espectador ni a los personajes) los motivos por los cuales el amor surge o se evapora. Como adolescentes caprichosos los personajes toman sus decisiones en nombre de las emociones más elevadas.

Para conectar con una película es muy importante que lo que se cuenta tenga algún asidero en tu interior. Lo que está frente a tus ojos debe o estar muy bien contado o coincidir con tus creencias como espectador para poder dar por ciertos esos argumentos. En este caso, más allá de creer o no en la premisa de la predestinación de las almas, la mayoría de nosotros hemos vivido el amor como un hecho pueril y volátil que nos anima a tomar las decisiones más tontas e irracionales. Quizás por eso es muy fácil ponerse en el lugar de los protagonistas de esta cinta que a ratos parece una telenovela.

Las actuaciones conservan un nivel estándar para comunicar lo que se promete.

Como drama light (con un discurso cinematográfico muy simple y elemental), El hilo rojo cumple su cometido. Entretiene, y mucho, aunque también te hace pensar, aunque al final se desinfle y nos brinde un desenlace soso.


 @cluisaugueto

Élite, temporada cuatro: todos contra todos

 


La serie española Élite lejos de ser una historia sobre conflictos fútiles de adolescentes millonarios fue hasta la temporada tres un relato de suspenso sobre los vaivenes de la naturaleza humana. Expusieron los secretos, la ira, la envidia, los celos, el amor, el desamor, el drama que cualquier adolescente puede vivir con o sin dinero y eso era parte de su atractivo. Sus personajes tenían tanta energía que traspasaban la pantalla. Era muy fácil identificarse con ellos y sentirlos como parte de la realidad. Sin embargo, en la temporada cuatro y luego de la desaparición de personajes importantes, Élite se convirtió en una ficción porno light donde la única tarea de los protagonistas es copular.

Lo que en las primeras temporadas resultaba interesante desde la primera escena (todas comienzan con un crimen del que no sabemos nada) terminó siendo en esta una excusa baladí para permitir que los personajes protagonizaran todas las escenas de sexo posibles. Sexo intrascendental, sin sentido e incluso podría decir que estúpido. El amor y el vinculo en Élite cobra dimensiones vacuas y efímeras, y aunque la serie resulta entretenida hasta el final, no puedes dejar de pensar mientras avanza que ha perdido la magia y el buen gusto de temporadas anteriores.


Afortunadamente no todo es malo, ya que las actuaciones siguen siendo impecables y los diálogos todavía te dejan pensando y advirtiendo mucho más de lo que se trasluce en las acciones de los personajes. La integración de nuevos actores ayuda a complementar la trama, sobre todo para llenar el vacío que dejaron los personajes ausentes. No obstante, las relaciones que establecen entre sí, la historia personal de cada uno, que bien podría ayudarlos para hacerlos más verosímiles, no existe. Los personajes nuevos y los que ya estaban tienen conflictos superficiales cuesta creerles.

En esta temporada, los realizadores de la serie decidieron irse por el camino fácil. ¿Se tomaron el tiempo para ser creativos o darle profundidad a los personajes? De ningún modo. ¿Para qué? El sexo vende. Al parecer esa fue la premisa esta temporada, donde todo se trata de ver una y un millón de escenas de sexo entre los alumnos del instituto Las Encinas.  

No tengo prejuicios ni me escandaliza el sexo, pero cuando no hay una historia detrás de una escena  (sin importar su temática) esta pierde sentido. En esta temporada, las emociones de los personajes no son tan profundas, tampoco sus justificaciones, pareciera que las intenciones de los realizadores han sido claras: atrapar valiéndose del escándalo que siempre genera el sexo. Sobre todo cuando, como en este caso, es sexo homosexual, lésbico y heterosexual, todo en un combo. A esta temporada de la serie creada por Carlos Montero podrían llamarle «La orgía perpetúa» o «Aventuras sexuales en el colegio», ambos títulos le vendrían bien.

Finalmente, es lamentable que la serie prometa tanto y no sea capaz de entregar casi nada. Espero temporadas mejores.


@cluisaugueto

 

Dolor y gloria de Pedro Almodóvar

  Todos necesitamos volver al pasado. En él se ocultan nuestros deseos más relevantes, nuestro temperamento más vivo, lo mejor o lo más ge...