Todos
necesitamos volver al pasado. En él se ocultan nuestros deseos más
relevantes, nuestro temperamento más vivo, lo mejor o lo más genuino de
nuestro carácter. El pasado nos eleva por encima de nuestras
circunstancias, nos permite ver con un ojo más crítico el camino que
hemos transitado hasta convertirnos en lo que invariablemente hemos
llegado a ser.
En Dolor y gloria, un Pedro Almodóvar de ficción y
utópico, con otro nombre, pero con un gran parecido al de la realidad
(según ha revelado en diversas entrevistas el personaje está basado en
sí mismo) nos muestra los fantasmas de su pasado. Mediante ellos expresa
un universo personal que también puede ser muy nuestro si tenemos la
inteligencia de mirar bien.
En la cinta los personajes
reflexionan sin proponérselo sobre la importancia del paso del tiempo y
el modo en qué los acontecimientos que se nos presentan son capaces de
cambiarnos, no solamente de forma externa, sobre todo internamente. Todo
lo que nos pasa cuenta. Todo lo que hemos vivido nos marca y define de
un modo en que ni uno mismo puede saberlo.
En esa fase
inconsciente del autoconocimiento se centra Dolor y gloria. El filme es
un psicoanálisis personal sobre esos personajes que marcan nuestras
vidas para bien o para mal. El territorio de la infancia, nuestros
padres, los primeros amores y amistades son fundamentales a la hora de
crear nuestros archivos emocionales.
En el largometraje, tanto el
espectador como los personajes, nos percatamos de ello a medida que la
trama avanza y nos permite asistir a unas memorias que, aunque no tengan
nada que ver con las propias, nos llevan a sentir de vuelta eso que
dejamos en el camino antes de pisar el terreno de la adultez.
Almodóvar se cuestiona en voz alta y nos ayuda a escarbar en nuestros propios recuerdos.
La
película tiene características que coinciden con el estilo peculiar del
director español: la escenografía, los colores, la iluminación, la
estética Almodóvar.
Sin embargo, no se asemeja al resto de sus cintas del todo.
Esta
película, a diferencia de otras, es reflexiva, no hay secretos sórdidos
que se revelen a la mitad, no hay estridencias ni situaciones
disparatadas. Todo lo que en otras pudo haber sido motivo de ruido, en
esta es silencio y contemplación. No hay extravagancias, por el
contrario sus personajes se muestran reservados, como si guardasen su
mundo interior para sí mismos.
La película transcurre ágilmente, pero hace bien su tarea de detenerse en aquellos aspectos que desea resaltar.
Su
narración va del pasado al presente una y otra vez para integrar las
piezas del rompecabezas que el personaje principal (interpretado por
Antonio Banderas) intenta encajar.
Finalmente, se puede
definir Dolor y gloria más allá de una cinta biográfica, como un
alegato sobre lo importante que es tomar en cuenta nuestro pasado para
poder seguir adelante.
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