La miniserie sobre el cantante argentino Sandro es un homenaje y una invitación a descubrir a un artista único. Nada más por eso vale la pena verla, sobre todo si lo admiras, si conoces su música, si te interesa como personaje. Sin embargo, su narrativa llega a ser excesivamente dramática y melancólica, tanto que se percibe forzada.
Si bien es cierto que no conocemos a los artistas, y que muchas veces lo que vemos en escena y en pantalla no tiene nada que ver con la realidad, también es verdad que algunos son tan genuinos que nos muestran su personalidad en cada entrevista o presentación. Así era Roberto Sánchez, mejor conocido como Sandro, un tipo que vendía verdad en escena y en sus múltiples conversaciones televisadas, que hoy en día pueden verse en YouTube.
Tenía sentido del humor, una gran cultura y la inteligencia suficiente como para reflexionar sobre su vida sin dejarse llevar por el melodrama. La tristeza solamente podemos percibirla en sus canciones; él no parecía un tipo desolado, con tantos vacíos emocionales como es representado en esta historia que puedes ver en Amazon Prime.
La serie de 13 episodios empieza muy bien, porque nos muestra a un joven que físicamente se le asemeja mucho al cantante argentino, quien, además de belleza física, poseía un estilo y una personalidad magnética. Sandro quizás es el único cantante capaz de excitar a las mujeres aun después de muerto.
Ese estilo, esa magia que tenía en escena, la representa bien Agustín Sullivan. De hecho, sus episodios son de los mejores en esta ficción biográfica.
En el medio
de la serie, el Sandro maduro, interpretado por Marco Antonio Caponi,
también expone muy bien la personalidad del Gitano. Sin embargo, en esa
etapa comienzan a aparecer situaciones que bordean la cursilería y
convierten la historia del cantante argentino en un melodrama
lacrimógeno, muchas veces absurdo.
En los episodios donde aparece
Antonio Grimau interpretando a Sandro en sus últimos años de vida, la
serie pierde el brillo y genera nostalgia y tristeza, dos emociones que
realmente no convocó jamás la presencia de Sandro, quien incluso en el
último periplo de su enfermedad se mostraba afable y entusiasta ante
cámara.
Obviamente, las series biográficas no son un reflejo
estricto de la realidad. Por el contrario, muchas veces se toman
licencias para poder crear una historia que sea mucho más del agrado de
quienes la perciben. No obstante, los recursos que se supone funcionan
para estructurar un relato deben utilizarse para hacerle un bien al
representado, no para perjudicarlo.
Ninguno de sus admiradores
sabemos cómo fue Sandro en la intimidad, al menos no la mayoría. Se
supone que la serie debía mostrárnoslo, pero en realidad nunca llegas a
comprar del todo el discurso que se impone.
En Sandro de América,
la lágrima fácil está a la orden del día, los discursos baratos son
moneda corriente y las situaciones cliché son demasiadas como para
dejarlas de lado.
Cuando termina la serie, en lugar de celebrar
la vida de Sandro, la extrañas y deseas volver a verlo para convencerte
de que su existencia no estuvo tan llena de dolor.
Supongo que el
artista tuvo una existencia dura como cualquiera de nosotros. Sufrió
como el resto de los mortales, a fin de cuentas era uno, pero no me
pareció justo que esta ficción convirtiera sus vivencias en un melodrama
que llega a ser de mal gusto.
Sandro es eterno; esta ficción, prescindible.
Publicada originalmente en mi Columna Cine para Llevar del periódico CCS.
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